La Balesquida y los Reyes de España
En el último tercio del siglo XIX, así como en los primeros años del siglo XX, existió una amplia vinculación entre la Familia Real española y la Cofradía de La Balesquida, según documentación, que afortunadamente, han llegado hasta nuestros días.
En el Cabildo celebrado por la Cofradía el 7 de marzo de 1875, bajo la presidencia del probablemente entonces Mayordomo don Telesforo Tejedor, se acuerda nombrar cofrade al Rey Alfonso XII, y por ende se dispone confeccionar, en Gijón, un artístico diploma, cuyo texto señalaba:
A S. M. EL REY D. ALFONSO XII/ SEÑOR: ESTA COFRADÍA FUE ESTABLECIDA POR Dª MARÍA BALESQUIDA GIRALDEZ, QUE FALLECIÓ EN OVIEDO EN 1270 Y A FAVOR DE LA CUAL DEJÓ TODOS SU BIENES Y RENTAS DESTINADOS A CUBRIR MISAS ANIVERSARIOS Y OTROS SUFRAGIOS ESPIRITUALES POR EL ALMA DE TODOS SUS HERMANOS Y PROTECTORES. DESPUES DE SATISFECHAS TAN SAGRADAS ATENCIONES DISPUSO LA MEMORABLE FUNDADORA QUE TODO COFRADE TENGA DERECHO A MEDIO CUARTILLO DE VINO BLANCO DE CASTILLA Y UN BOLLO DE MEDIA LIBRA DE PAN DE ESCANDA, QUE SE REPARTEN EN LA MAÑANA DEL TERCERO DÍA DE PASCUA DE PENTECOSTES CUANDO POR TRADICIONAL COSTUMBRE SE CELEBRA ANIMADA ROMERÍA EN EL FRONDOSO CAMPO DE SAN FRANCISCO DE ESTA POBLACION/
SEÑOR: LA COFRADIA DE NTRA. SRA. DE LA BALESQUIDA TIENE LA HONRA DE CONTAR EN SU SENO A VUESTRA AUGUSTA MADRE Dª ISABEL II, Y ASÍ ASPIRA A INSCRIBIR EN SUS ANTIGUOS LIBROS EL NOMBRE ILUSTRE DE ALFONSO XII; LLEVANDO HASTA LAS GRADAS DEL TRONO EL PRESENTE TÍTULO DE COFRADE V. M. CONFIRME AHORA EL ACUERDO DEL CABILDO DE 7 DE MARZO DE 1875/
EN LA M. H. L. Y B. CIUDAD DE OVIEDO CAPITAL DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS A 24 DE MARZO DE 1875/SEÑOR:/Á L. RR. PP. DE V.M./EL MAYORDOMO DE LA COFRADÍA/
El diploma, confeccionado con tipos de imprenta y no de forma caligráfica como suele ser habitual, contenía en su cabecera la Cruz de los Ángeles, escudo de la ciudad y del cabildo catedralicio, bordeado por una orla en la que figuraban los nombres de los reyes de Asturias, Alfonso II el Casto y Alfonso III el Magno, así como la leyenda «Cofradía Antigua de Nuestra Señora de la Balesquida en Oviedo». A diestra y siniestra, los escudos de la Casa Real Española, -tomando como modelo para el mismo el que se hacía figurar en el reverso de las monedas de la época, consistente en cuarteles alternos de leones y castillos y en cuyo centro figuraba un ovalo con tres flores de lis- y, el de la Provincia, en el que tan sólo figuraba la leyenda «Hoc signun vincetur inimicus». Debajo de los citados escudos podían verse, sendas tijeras de sastre, reminiscencia, -sin duda- del origen gremial de la Cofradía.
En sus flancos, a derecha e izquierda del título, figuraban dos óculos, imitando repujado, en los que estaban representadas, en uno, la torre de la catedral, alzándose airosa sobre el viejo caserío de la ciudad ovetense y en el otro, la capilla de la Cofradía.
En la parte inferior, figuraban tres cartelas: la de la derecha, representaba una pareja, vestida de calle, danzando y, detrás, a diversas damas y caballeros situados alrededor de un mantel tendido en el suelo; la central, muestra el tradicional reparto del bollo y el vino en un frondoso bosque, -quizás el Campo de San Francisco- a una multitud de personas que formaban un cuadro en cuyo centro figuraba un carro; por último, en la de la de la izquierda, se observaba la imagen de un matrimonio, acompañado por un niño, en la que el caballero vestía levita y se cubría con sombrero de copa y, la dama, se protegía bajo una artística sombrilla.
Existe constancia documental de que en el mes de mayo de 1887 son dados de alta como Cofrades de Honor, el a la sazón Obispo de la diócesis, don Ramón Martínez Vigil y S. M el Rey Alfonso XIII, tal y como figura anotado en el antiguo Libro de Cofrades, al folio 148, si bien desconocemos la fecha de entrega de tales distinciones así como si se confecciono o no, algún tipo de de diploma acreditativo.
El 10 de mayo de 1908 la Cofradía acuerda el nombramiento como Presidente Honorario de S. A. R. Don Alfonso de Borbón y Battemberg, primogénito del Rey don Alfonso XIII y de la Reina Victoria Eugenia, por tanto Príncipe de Asturias, nacido en Madrid el 10 de mayo de 1907, que posteriormente renunció a sus derechos al trono de España, tomando para si el título de Conde de Covadonga, para casarse en Ouchy (Suiza), el 21 de junio de 1933, con la joven cubana Edelmira Sampedro-Ocejo y Robato, de la que no tuvo descendencia. El artístico diploma fue realizado por J. Menéndez López, y en él podía leerse:
COFRADÍA ANTIGUA DE NUESTRA SEÑORA DE LA BALESQUIDA/ TITULO DE PRESIDENTE HONORARIO/A FAVOR DE S. A. R. /EL SERENÍSIMO SEÑOR D. ALFONSO DE BORBÓN Y BATTENBERG, PRINCIPE DE ASTURIAS/QUE INGRESO EN ESTA COFRADIA EN EL MES DE MAYO DE 1908 A LA EDAD DE UN AÑO/
ESTA COFRADÍA ES LA MAS ANTIGUA DEL PRINCIPADO, HABIENDO SIDO FUNDADA EN EL SIGLO XII/REINANDO DON FERNANDO EN LEÓN, CORDOBA Y CASTILLA, BAJO LA ADVOCACIÓN DE DOÑA MARIA BALES/QUIDA GIRALDEZ, NATURAL Y VECINA DE ESTA CIUDAD, CUYA SEÑORA FALLECIO EN ESTA CIUDAD EN 1270 Y SUS CE/NIZAS DESCANSAN EN LA IGLESIA DEL SAN TIRSO EL REAL DE DICHA CIUDAD/ Y PARA QUE CONSTE EXPIDO EL PRESENTE EN/OVIEDO Á 10 DE MAYO DE 1908/EL MAYORDOMO/ÁNGEL ABRIL/
El texto estaba copiado -seguramente-, del antiguo mural que, aún hoy en día, puede verse en la parte izquierda de la capilla de la Cofradía, dada la similitud de giros y expresiones de ambos y que, como es sabido, fue realizado en el año 1660, siendo mayordomo don Alonso Osorio.
Presentaba el citado diploma, en su parte superior, tres medallones, que contenían los retratos de la reina doña Victoria Eugenia tocada con artística y valiosa diadema (derecha del título), el Príncipe don Alfonso (centro) y el rey don Alfonso XIII de uniforme (izquierda), bajo tres tipos de coronas reales distintas: una de ocho diademas o florones para el del rey, otra un poco más pequeña, pero también de ocho diademas para el de la reina y una tercera, de sólo cuatro diademas, para el del príncipe heredero. Bajo ellos, a siniestra y diestra, respectivamente, el escudo de la Ciudad de Oviedo y el de la Provincia.
En los flancos del diploma figuraban, al lado diestro, la torre de la Catedral, y al siniestro, la figura del primer rey asturiano, don Pelayo, que empuña con su mano derecha el pomo de una espada, mientras que con la izquierda, tiene asido un mástil, en cuya parte superior se encuentra la famosa Cruz de la Victoria que, según la leyenda, enarboló en la batalla de Covadonga, inicio de la Reconquista española.
En la parte inferior, y en el centro, se representaba una imagen de la Virgen de la Esperanza, sobre una peana en la que figuraba la fecha de 1270.
Desconocemos la fecha en que ingresó en la Cofradía la reina doña Isabel II, si bien, como señalamos, tal circunstancia así figura acreditada en uno de los diplomas que comentamos. Quizá, su nombramiento, se llevó a efecto en agradecimiento por los favores que la Cofradía de La Balesquida había recibido de la Corona, y que pudo ser debido a lo siguiente:
En el año 1855, durante el segundo gobierno del progresista general Baldomero Espartero, su Ministro de Hacienda, don Pascual Madoz e Ibáñez, llevó a cabo una nueva desamortización, ejecutada con mayor amplitud, que la anterior y más conocida de Mendizábal. Su texto, publicado el 1 de mayo de 1855 en «La Gaceta de Madrid» -equivalente y antecedente del actual Boletín Oficial del Estado-, declaraba en venta, entre otras, todas las propiedades del clero, de las Órdenes Militares, cofradías, obras pías y santuarios.
Ante el temor de que la Cofradía de La Balesquida se viese afectada por tal norma legal, perdiendo con ello los pocos bienes que aún obraban en su poder y, tras acuerdo tomado en el Cabildo de 12 de febrero de 1865 se envía escrito a S.M. la Reina Isabel II por varios cofrades, entre ellos, don Manuel Miguel de los Santos Vereterra y Carreño, VI marqués de Gastañaga y V de Deleitosa, solicitando «se esceptuasen de la venta los cortos bienes que posee». En tal escrito ya se cita el carácter cofrade de la Reina.
Y tal parece que el referido escrito produjo el efecto pretendido, y de este modo pudieron librarse de la desamortización los bienes de la Cofradía, como lo demuestra el hecho de que, años más tarde, concretamente en 1874, -según señala Ricardo Casielles- «se vende el antiguo hospital de doña Velasquita a don Juan Galarza, quien construyó la casa nº 1 de la calle de Porlier, y con su importe se reconstruye la capilla», lo que significaba que los bienes no habían sido afectados por la desamortización.
No deja de resultar llamativa la terminología utilizada en los diplomas reseñados, hoy totalmente en desuso. Expresiones y grafías tales como «llevar hasta la gradas del trono el presente título…», «Á L. RR. PP. DE V.M.» (a los reales pies de vuestra majestad) o «EN LA M. H. L. Y B. CIUDAD DE OVIEDO» (en la muy heroica, leal y buena ciudad de Oviedo), son fiel reflejo de las costumbres y fórmulas ceremoniales de una época, muy alejadas de las actuales, en las que, el tuteo y la mal entendida familiaridad en el trato, están a la orden del día, sin tener en cuenta la dignidad y mérito que corresponden a las personas a las que nos dirijmos, por su edad o condición. Como lo resulta también el hecho de que en los mismos, se haga figurar como fecha del fallecimiento de doña Velasquita el año 1270, al tomar era, en lugar de año, por lo que la fecha correcta sería 1232, una vez restados los 48 años de diferencia que existe entre ambas.
Pero quizá, lo que más llama la atención, al menos al que esto escribe, es el tratamiento que, desde hace siglos, ha tenido la Cofradía: ANTIGUA. Y uno, acaso pecando de atrevimiento, se permite sugerir a quienes tienen la potestad de acordarlo, que se recupere dicho tratamiento y que desde ahora, se anteponga tal término al referirse a la Cofradía. Otras, mucho más modernas, no tienen rubor alguno en hacerlo.
José Luis Felgueroso Blanco
El Martes del Campo de San Francisco
Cada Martes de Pentecostés, que en Oviedo se celebra con la tradicional fiesta que organiza la Cofradía de la Balesquida, se está divulgando como «Martes de campo», así en genérico, como si los vecinos de Oviedo festejasen este martes invadiendo las praderas verdes más o menos cercanas a la ciudad, cuando en realidad lo que se conmemora es la entrega del bollo y el vino en el Campo de San Francisco. Lugar definido y propio de la ciudad, que, incluso olvidando su característica de parque, sigue conociéndose por los del «Oviedín de toda la vida» como el Campo.
En tiempo remoto, el ahora Campo de San Francisco era simplemente el Campo: una propiedad del Cabildo catedralicio, dueño de la mayor parte del terreno que rodeaba una ciudad que crecía fuera de las murallas levantadas sucesivamente por los reyes de Oviedo Alfonso II el Casto y Alfonso III el Magno, o la última, del siglo XIII, de la que aún quedan algunos lienzos de sus recios muros. Hacia el siglo XII llegaron a Oviedo unos frailes mendicantes dispuestos a extender la orden seráfica de San Francisco, que gracias a la benignidad de los canónigos ovetenses, que les cedieron el terreno, levantaron un modesto convento en una parte de esta pradería y bosque. Por razones de arraigo popular, el nombre pasó a ser Campo de San Francisco, lo mismo que al antiguo sendero conocido como «camino del Campo» sería «del Campo de San Francisco» y, con posterioridad, ya urbanizada, denominada como calle del mismo santo.
La antigua capilla de la Magdalena del Campo de la Escandalera, desaparecida de manera física en 1830, que había sido primer lugar de reunión «a conceyu abiertu» de los representantes de las parroquias rurales de la ciudad de Oviedo, pasó a ser conocida, tal como consta en los viejos documentos municipales, como capilla de la Magdalena del Campo de San Francisco; y lo mismo la carrera que llegaba hasta la fuente de las Dueñas, que comprendía la actual calle de Pelayo y su prolongación Palacio Valdés. Fuente situada casi en el centro de la extensa juguería, propia del Cabildo catedral, como lo eran también las propiedades inmediatas del Fresnín o Las Cruces, éstas en un entorno a la actual calle de San Bernabé y que llegaban hasta la actual calle de Uría. Por cierto, el anterior nombre de las Dueñas lo es en referencia a las distinguidas monjas del monasterio de San Pelayo, que también tenían modestas propiedades en esta zona.
Cuando en el siglo XVIII la tradicional procesión del Martes de Pentecostés que organizaba la cofradía de los sastres dejó de acudir a la capilla de Santa Anina de Mexide, en Vega, y cambió de lugar por el más cercano del Campo, llamado ya de San Francisco, aparece este acto festivo en el calendario local ovetense como el «Martes del Campo de San Francisco».
Ahora, acaso por indolencia en consultar las fuentes, se suele quitar el nombre del candoroso San Francisco, para divulgar el de «campo» y, además, en genérico, sin la distinción que proporciona ser el nombre propio y único de Campo de San Francisco, que para los ovetenses hasta ha superado la condición de parque por el más familiar de Campo. Dado el enorme poder que tienen los medios de comunicación, y como repiten con insistencia el nombre de «Martes de campo», se propicia el equívoco, olvidando que es una fiesta propia de este espacio de Oviedo, verdadero pulmón de la ciudad; error que es fácil de asimilar, en especial por las nuevas generaciones de ovetenses, a las que la insistencia en el error les confunde.
Esta llamada no pretende más que advertir que el cambio de denominación de la fiesta tiene un antecedente local. «La Cuesta», como antaño se llamó al Naranco, nombre que apenas si se utiliza ahora, aunque siga presente en la memoria de algunos nostálgicos, de los que subíamos sudorosos a la cumbre del monte totémico por el áspero «plano», vestigio del ferrocarril minero de las minas de hierro que explotaba Fábrica de Mieres. Afortunadamente, no parece que nuestro Campo vaya a seguir el mismo camino del olvido.
Ernesto Conde.
«La Nueva España» 02-06-2009
Capillas
CARMEN RUIZ-TILVE
miercoles, 30 de Mayo de 2007
Oviedo fue siempre ciudad de mucha capilla, y es posible que el primer edificio de la ciudad haya sido una capilla.
A lo largo y ancho de la ciudad salían al paso, hasta hace bien poco, infinidad de capillas, generalmente abiertas a la calle para favorecer a la gente la oración, la reflexión o el descanso en el camino.
Capillas hubo en Oviedo, muchas de ellas con origen en el Camino de Santiago, con variadas advocaciones, y de ellas la mayoría han desaparecido, incluso sin dejar rastro en la memoria o en el callejero. De entre ellas, recordamos la de San Lázaro, la de Los Remedios, y las de San Pedro, San José, San Bernabé, La Misericordia, Santa Susana, la de Villafría, dedicada a San José por ser particular de don José Longoria Carvajal, y la de las Hermanitas de los Pobres, por no mencionar la de la Cárcel. Todas pertenecían a asociaciones piadosas, excepto la mencionada de Longoria, y solían tener su fiesta.
Punto y aparte era y es la capilla de Nuestra Señora de la O o de La Balesquida, que anda estos días de fiesta mayor, manteniendo su martes. No se puede hablar de esa capilla sin recordar la de Santa Susana y la de Santa Ana de Mexide, de suerte desigual.
La capilla de La Balesquida, siempre en el lugar que ahora ocupa, surgida de la voluntad generosa de la fundadora, la franca ovetense doña Velasquita Giráldez, cambió varias veces su aspecto, cosa natural en tan larga vida, que se remonta al siglo XIII, con escritura fundacional de 1232. Bajo la advocación de la Virgen de la Esperanza mantiene fresco el espíritu que trajo hasta hoy a esta decana de las celebraciones populares, a medias entre lo religioso y lo asistencial y popular.
Siempre relacionada con la iglesia de San Tirso, a la que la Virgen es trasladada en procesión, plaza adelante ahora, Platería adelante antes, entre cirios y voladores, permanece allí en visita a la fundadora, enterrada allí, tal como reza en una placa, «Velasquita Giradles, fundadora del hospital y cofradía de su nombre. Yace al pie de esta columna. Murió año de 1232».
Durante la gira de su fiesta, los cofrades subían calle del Rosal arriba, y hacían parada en la llamada capilla del Buen Suceso, que antes de 1857 estaba atravesada en el medio de lo que hoy es calzada, en la parte alta, y desde esa fecha se trasladó a la calle de Santa Susana, abierta en 1858, por ser esa santa, de la que había cuadro, la del nombre de la esposa del benefactor, y allí era recibida la comitiva por el párroco de la extensa parroquia de San Pedro de los Arcos, camino de la capilla de Santa Ana de Mexide, en el desaparecido barrio de Vega, hasta donde seguía, siempre por camino cuesto, la procesión. Allí había, en la grande pradería, misa solemne y reparto de vino blanco «de pasado el monte» y pan con torrezno.
La capilla de Santa Ana sufrió abandono y desmemoria y acabó comida por la maleza, tal como atestiguan no pocas fotografías de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Fue la memoria y el afán de lucha de Joaquín Manzanares quien rescató, con el mismo cuerpo y alma que había tenido, esa capilla, asomada a un hermosísimo paisaje, meta de muchos paseantes, camino del Cristo de Aspra o de las Cadenas.
Poco le duró el sosiego, porque ahora, desde hace mucho ya sin fiesta del bollo, que tiene su solar en el Campo, la capilla, con su tejo y todo, anda amoriada, como de prestado, tal como la acabo de ver en el día de reflexión, en el que también ha de caber este pensamiento.
Por allí se han terminado los tiempos en los que Vega era naturaleza. La capilla, de aire aldeano, replegada en sí misma, establece duro contraste con su nuevo entorno disperso. Al aire de los cuatro puntos cardinales trepan los pisos y los jardines colgantes de Babilonia, flora doméstica que suple el ambiente verde natural que allí crecía confiado, y lleno de pájaros cantores, salpicados en este tiempo de amapolas. En un solar cercano a la capilla, antiguo prado, pasta un caballo blanco. A lo lejos, cantan los gallos. Llueve y el tejo guarda la memoria feliz del largo tiempo en el que a su alrededor se extendían los manteles de la fiesta, con la ciudad a lo lejos.
Algunas casas pequeñas, como la de «La muerte de un viajante», aguantan. De la clásica capilla del Cristo de las Cadenas o de Aspra nada se ve y solamente se adivina por el leve tañido de su campana, a la que hace contrapunto la de la nueva iglesia, que anda de estreno con un funeral, lo que demuestra que está viva.
Pasa un ciclista, armado hasta más arriba de las cejas con su equipo multicolor. El Aramo, tapado por la niebla, debe estar fuera, de largo fin de semana.
CARMEN RUIZ-TILVE
Cronista Oficial de Oviedo
La Balesquida, en peligro
El día 22 LA NUEVA ESPAÑA (información local, página 4) publicó una alarmante noticia con la firma de Ángeles Solís y un título dramático: “La cofradía de la Balesquida prepara un cabildo para evitar su extinción”. Es decir, una cofradía bajomedieval, la más antigua de España, que sobrevive y da carácter as la ciudad de Oviedo a lo largo de casi 800 años, sin solución de continuidad, puede morir de atonía, silencio y olvido cualquier día del año 2005.
Es una triste evidencia que para la gran mayoría de los 211.000 ovetenses que poblamos este concejo, la noticia y el presagio carecen de trascendencia. Pero para quienes Oviedo no es un simple lugar de paso, ni una mera ubicación del puesto de trabajo, ni una socorrida <<solución habitacional>>, sino que, al contrario, supone el escenario de nuestra vida, el territorio de nuestras emociones, el lugar de convivencia con familiares, amigos y vecinos, para esos escasos (y escogidos) ovetenses la noticia es un mazazo. Es perder la referencia. Y, al perderla, perderse bastante uno mismo.
Imaginemos que lo temido ya sucedió. ¿Qué va a cambiar? Aparentemente, nada. Se seguirá celebrando el Martes del Bollu (de Campo, le dicen) y los jóvenes y los no tanto se pasarán unos un buen día de fiesta y otros aprovecharán el idolatrado puente… Pero, si la cofradía ya desapareció, esa fiesta será una mera anécdota, simple pintoresquismo, cartel para turistas, cinco minutos de telediario autonómico. Cartón y tramoya en lugar de las piedras de la verdadera tradición.
Si la cofradía desaparece, habrá desaparecido una institución dotada de personalidad jurídica que protagonizó una tradición multisecular. Se habrá esfumado la asociación eclesiástica más antigua de Oviedo (después del cabildo catedralicio, el convento de las religiosas <<pelayas>> y las primeras cinco parroquias). Ser habrá ido el último resto vivo de la Edad Media y sus gremios. Se habrá desvanecido el latido más genuino de la vieja ciudad, a caballo de la piedad y el costumbrismo… Si la cofradía desaparece, habrá muerto Oviedo y habrá nacido definitivamente Ciudad Astur: una <<cosmopolis>> administrativa y comercial, <<fotocopia>> de Alicante, Cincinnati o Malmoe.
Pero no. No puede ser eso. Los cofrades estamos convocados a un cabildo de la cofradía el 4 de mayo. Y tenemos que acudir. Con la sobrecarga dramática de coger esa antorcha (ahora <<pábilo vacilante>>) y transmitirla a la siguiente generación de cofrades. Como se hizo siempre desde tiempo del santo rey Fernando III. Y al amparo de la Virgen de la Esperanza. Y en defensa de la fe cristiana. Y para que Oviedo siga siendo Oviedo… Amén.
Froilán Neira Estrada es cofrade de la Balesquida
<<La Nueva España>>, 23-04-2005